Marina
Estarlich Martorell
Ramón Estarlich Candel
Cronistas de Antella
CALOR Y
FRIO.
Una de las necesidades prioritarias
que ha tenido la humanidad desde el principio de los tiempos para una mejor
supervivencia y comodidad de vida, ha sido la de protegerse de las inclemencias
meteorológicas y de sus efectos térmicos, principalmente del calor del estío y
del frío invernal así como de la lluvia, preocupándose por alcanzar el objetivo
de paliar estos accidentes buscando por doquier los medios para conseguirlo.
En este
trabajo solo voy a ocuparme de estos dos factores calor y frío, no entrando a
analizar otro tipo de necesidades o apetencias humanas. posiblemente mas
prioritarios y convenientes de los que se describen, según los diferentes
criterios subjetivos.
CALOR
Los primeros pobladores cubrían sus
cuerpos con materias que suministraba la naturaleza y se podían conseguir con
cierta facilidad, como podían ser las hojas de algunos árboles o las pieles de
algunos animales y otros productos afines, pero no obstante, seguían necesitando
protección tanto del calor como del frío cuando se guarecían en sus refugios y
moradas o habitáculos.
El descubrimiento
del fuego fue un avance importantísimo para mitigar el frío, ya que permitió
mediante la utilización de ramas y troncos de arbustos encender hogueras para
calentarse, y con el paso de los años se fueron conociendo y empleando
diferentes materiales combustibles productores de calor.
Uno de ellos y
quizá el que más influyó en el desarrollo de la humanidad que aún sigue
utilizándose en la actualidad fue el carbón, producto obtenido primordialmente
de las explotaciones mineras. y de la combustión de ramas de árboles por
personas que ejercían este oficio y se les conocía con el nombre de carboneros.
La práctica de
este oficio consistía en producir carbón con ramas de distintos árboles,
(algarrobos, olivos, pinos, etc.), y para ello, el carbonero, elegía un lugar
en un claro del monte donde no se pudieran prender árboles o hiervas bajas por
el efecto de alguna chispa o llamarada que saliese de la carbonera.
Para empezar que
marcaba previamente en el suelo un círculo, y en su centro colocaba una piedra
y sobre está iba apilando ramas de árboles que ponía en posición vertical con
una ligera inclinación hacia el centro, ya que la carbonera al quedar rematada
tenía la forma de un cono. A medida que iba colocando las ramas, dejaba en el
centro un hueco circular que funcionaba como la chimenea de la carbonera. La
pira de leña, lo cubría con leña verde, hierva y una capa de tierra de arcilla.
Por la parte del vértice del cono que era la chimenea, tiraba hojas secas y
ramas pequeñas de arbustos encendidas que iban prendiendo a las ramas del
interior. De forma controlada y paulatina se añadían al fuego hojas y ramas, lo
que se conocía con el nombre de “dar de comer a la carbonera”. Los hombres que
hacían turno de día y de noche para cuidar la carbonera, a medida que pasaban
los días, iban abriendo unos pequeños agujeros en la capa superficial,
orificios que se conocían con el nombre de “gateras”. Por carbonización de la
madera se obtenía carbón vegetal, y en un horno pequeño se volvían a quemar las
maderas chamuscadas o mal quemadas hasta transformarlas en carbón.
En Antella algunos
vecinos se dedicaban a fabricar carbón, pero vamos a recordar los nombres de
algunos vendedores, como fueron el tío
Pepe Sarga, la tía Alejandrina, Herminio Nogera, Simeón, el Miguelo, y Vicente el Carboner.
Las bajas temperaturas de los días
invernales se combaten de forma fácil y cómoda con los actuales sistemas de
calefacción que generan la electricidad, el gas, el queroseno y otros
combustibles que producen abundantes kilocalorías que las recibimos incluso con
el grado de humedad conveniente para disfrutar de un ambiente cómodo y
placentero en el hogar, el lugar de trabajo o el vehículo que conducimos.
Pero
los mayores aún recordamos los crudos inviernos en los que el frió nos producía
sabañones en las manos, pies y orejas principalmente, provocados por las bajas
temperaturas a las que ayudaba en gran medida la escasez y pobreza de
alimentación que recibíamos. Aquellas hinchazones de la epidermis que se
delataban por su color encarnado producían un fuerte picor que nos llevaba a
rascarnos la zona afectada, lo que además de no aliviar la molestia enrojecía
aún más la piel.
Uno
de los elementos que se utilizaban para mitigar el frío era el brasero que era
un recipiente circular convexo construido con plancha fina de hierro o con
bronce, en cuyo seno se ponía el elemento combustible, generalmente carbón,
pero no de trozos gordos de gran tamaño, sino triturado en pequeñas porciones
que se conocía con el nombre de carbonilla,
que se colocaba amontonada en forma de cono, y para encenderla se colocaban
sobre el cono, al que se le abría un pequeño cráter en cuyo interior, brasas
encendidas o bien corteza y cáscara de almendra u otro material que resultare
fácil de prender como podía ser el famoso piñol,
que era un producto de desecho del prensado de la aceituna después de
triturarla para obtener su aceite. Encima del cráter se ponía en línea vertical
un tubo de forma cilíndrica que hacía las veces de una chimenea ayudando a
prender fuego al carbón con lo que empezaba el proceso de prenderse el material
combustible hacinado en la copa, lo que provocaba el inicio del proceso de
combustión.
Mujer junto al brasero. Obra del pintor
Julio Romero de Torres
Una
vez que el carbón de la copa estaba encendido, ésta se colocaba debajo de la
mesa camilla sobre un soporte de madera, y la mesa se cubría con una manta o un
tapete de tela que llegaba hasta el suelo y tenía unos cortes verticales que
permitían introducir las piernas sin levantar la tela, pues la gente se sentaba
alrededor de la mesa bien para comer o para aliviarse del frío, notando el
efecto del calor que iba subiendo desde los pies a todo el cuerpo,
reconfortándolo.
Con
la copa se mitigaba el frío mientras se permanecía con los pies debajo de la
mesa camilla, pero el resto de la casa y las habitaciones estaban bajas de
temperatura y lo peor era al ir a costarse, pues las sábanas, a pesar de las
mantas que las cubriesen siempre estaban muy heladas por lo que resultaba muy
desagradable meterse entre ellas.
Otro
de los procedimientos que se utilizaba para mejorar esta sensación de helor
cuando te acostabas en la cama, consistía en introducir entre las sábanas un
recipiente cóncavo metálico, bien de hierro o de cobre que tenía unos agujeros
en la parte de arriba para dejar salir el calor que desprendían las brasas
encendidas que en él se colocaban. Este artilugio, que parece ser tuvo su
origen en los conventos se conocía popularmente con el nombre de el fraile, iba sujeto a un largo mango
de madera que permitía al levantar la ropa que cubría la cama, dándole forma de
cueva, pasarlo entre las sábanas para que estas fuesen perdiendo su helor,
procurando moverlo muy despacio para que no saltasen chispas que pudiesen
quemar la ropa.
Otros utilizaban
para este menester botellas de cristal llenas de agua caliente, que además de
aliviar el frío de las sábanas producían una agradable sensación de alivio al
rozar las diversas partes del cuerpo. Las botellas se tapaban con corchos que
se ataban al cuello del envase para evitar que se saliese el agua y mojase las
sabanas y el colchón. Con el paso de los años las botellas de cristal fueron sustituidas
por bolsas de agua fabricadas con goma que tenían la forma de un rectángulo y
se cerraban con un tapón de rosca.
El fuego en la
chimenea alimentado con ramas y troncos de árboles, pionero en su utilización
primitiva, persiste en nuestros días en las viviendas unifamiliares y de manera
destacada en las casas de los pueblos agrícolas donde la temperatura ambiente
desciende en la estación invernal. Si bien las antiguas chimeneas grandes y
hondas que eran el llar de los hogares, alrededor de cuya lumbre se juntaban
los moradores de la vivienda se están sustituyendo por nuevos modelos mas sofisticados que dan mas kilocalorías con
menor consumo de leña y han llevado al desuso de las estufas de carbón y leña,
que formaban el completo y sustituían en ocasiones a las chimeneas.
FRIO:
Neveras en el
monte
El único producto
que se conocía y empleaba para enfriar y conservar alimentos era la nieve, pero
lo difícil era conservarla y poder disponer de ella en la época estival, por lo
que se buscó la mejor manera de recogerla y almacenarla para su posterior uso.
Para ello había que tomar en consideración varios factores, como el de buscar
un lugar donde nevase frecuentemente y en cierta abundancia, construir
emplazamientos para depositarla, que estos lugares no estuviesen lejos del
mercado de consumo y que se pudiera acceder al depósito con caballerías y con
carros.
Foto
Ventisquero
Los lugares donde
se almacenaba la nieve eran unas construcciones con doble muro y una capa
intermedia de tierra que actuaba como aislamiento que se conocían con el nombre
de ventisqueros los que recibían la
nieve directamente mediante ventisca, terminando su llenado de forma manual
arrojando al depósito la nieve con palas y eran los de mayor capacidad y el de neveras que eran los más pequeños y
tenían menor capacidad de almacenaje.
Foto
Nevera
Para conservar la
nieve había que apretarla y compactarla hasta que alcanzaba un espesor de unos
20 o 30 cm, protegiendo cada capa por una tongada de paja de trigo o de avena
con el fin de que quedasen separadas las respectivas capas que se irían
colocando una encima de la otra para en verano poder retirarlas una detrás de
otra. Para realizar este trabajo, se empleaban unos grandes mazos de madera de
carrasca porque ésta no deja ningún olor, que tenían una base ancha y plana
para golpear la nieve y apretarla.
El transporte de
la nieve desde su lugar de almacenamiento al de consumo se hacia generalmente
con carros, protegiendo debidamente la carga con paja para guarecerla del calor
aunque el viaje se realizaba por las noches, resguardando la carga del fuerte
sol del día pernoctando en lugares protegidos y frescos. Este comercio finalizó
en el siglo XX con la fabricación de hielo artificial por medio de sistemas de
refrigeración que utilizaban como elemento refrigerante el amoniaco.
Nacieron fabricas
industriales dedicadas a la producción de hielo en barras que se conservaban
almacenándolas en una oquedad subterránea o construida sobre el suelo, que
tenía una doble pared y su parte media se aislaba con planchas de corcho. La
parte superior se sellaba con una compuerta de madera sujeta con bisagras a un
marco del mismo material. Para una mejor conservación del hielo, y que las
barras no se pegasen unas con otras, se utilizaba la cáscara del arroz después
de blanqueado en los molinos. Este producto se denominaba pallús
La fabricación del hielo propició la mejora en
la conservación de alimentos almacenados en pequeñas neveras domésticas que
contaban con un buen aislamiento térmico y alcanzaban una temperatura algo más
baja que la exterior con el frío que desprendía el hielo. En su interior se
guardaban algunos productos perecederos como la carne y otros, que hasta
entonces se conservaba metida en carneras que se colgaban en la parte alta de
los techos de las moradas, por ser el lugar más fresco, y eran unos recipientes
hechos con maderas que sujetaban una tela que se conocía con el nombre de tela mosquitera porque a través de sus
orificios dejaba pasar el aire pero impedía la entrada de mosquitos o otros
insectos. En la nevera se podía refrescar el agua evitando tener que ir a
buscarla a fuentes o pozos con el clásico y tradicional botijo.
En
verano el agua se podía beber fresca gracias a las neveras y surgieron una
serie de variantes como fueron el agua de Seltz, o de soda, obtenida al mezclar
el agua con ácido carbónico en una máquina accionada en sus principios con una
manivela que ponía en funcionamiento un artilugio interno de palas que removía
el agua al mismo tiempo que se introducía en la caldera el oxígeno envasado en
grandes botellas de hierro que soportaban la presión del gas. Culminaba el
proceso haciendo pasar el agua a través de un serpentín de estaño colocado
dentro de un cajón construido con material aislante. Encima del serpentín se colocaba
una barra de hielo para enfriar el producto y por el grifo ya salía el agua
gasificada
. En Antella el
agua de Seltz se vendía en el casino del Panerot y en el casino de la Plaza,
además de en casa de “Bocola”.
Otro producto fue
el de los celebres sifones que se rellenaban directamente con el agua ya
mezclada con ácido carbónico, y por medio de una palanca situada en la parte
superior del envase, se servía al salir el líquido por un conducto comunicado
con un tubo de cristal que llegaba al fondo del recipiente de vidrio.
Y empezó a
farbricarse la gaseosa que se hacia como el sifón pero se le añadía sacarina
liquida para endulzarla. Este producto sustituyó a la celebre limonada que se
preparaba vertiendo en un vaso con agua el contenido de dos sobre uno de
bicarbonato sódico y otro con cloruro potásico, cloruro sódico y glucosa que al
mezclarse los contenidos de los dos sobres producían la efervescencia del agua
que se removía con una cuchara y desprendía burbujas que en ocasiones llegaban
hasta a penetrar por la nariz.
En Antella existió
una fabrica de sifones y de gaseosas en la casa número 4 de la calle de la
Purísima que la regentaba Bocola, que vendía ambos productos en su domicilio y
repartía en bares y otros establecimientos.
Gracias al empleo
del hielo surgió la industria de la heladería, al poder hacer granizados con la
ayuda de heladoras manuales, que consistían en un recipiente cilíndrico
construido con corcho, que tenía hueco el interior donde tenía cabida el
recipiente metálico en el que se depositaba el producto a granizar, y quedaba
un espacio entre ambos elementos para poner el hielo a trozos, sobre los que se
ponía sal que contribuía a prolongar la duración del hielo. Al recipiente con
el líquido se le sometía a un movimiento de rotación alternativo en ambos
sentidos que aceleraba el proceso de enfriamiento de todo el continente hasta
que adquiría una consistencia granizada al llegar a una temperatura inferior a
10 grados centígrados.
Empezó a
decaer el empleo de las bodegas subterráneas caseras que eran auténticas
despensas que reunían condiciones adecuadas de temperatura y humedad donde se
guardaban los comestibles, tanto alimentos perecederos como embutidos, jamones,
ahumados y alimentos de matanza, tanto fritos como en horzas, vino y aceite
principalmente.
Bibliografía.
La Bellida y sus ventisqueros.- Daniel
Orero Gómez.
Dival. Revista de difusión e imagen de la
Diputación de Valencia.
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